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domingo, 7 de agosto de 2022

Macalé: El coleccionista de Marilyn Monroe

Mariel Acuña / Luis Beiro
Santo Domingo, RD

Alejo Fabián Tello Alvarado (Macalé, tal y como se le conoció en nuestro medio) es historia y no necesita presentación ni párrafos laudatorios.

En 1998 cumplió 50 años de batallas al frente de un comercio ejemplar donde todos tuvimos que ver de una u otra forma. “Lecturas de Domingo” hoy reedita aquella entrevista realizada por redactores del suplemento cultural “Tertulia” del extinto vespertino “La Nación”, en 1998,.

Primer Acto
El hombre parece no darse cuenta de nuestra presencia. Incluso, nos da la espalda y se pone a ordenar revistas. Mariel ha quedado atrás, con cierto aire de nostalgia que nadie puede descubrir. Su nostalgia es una retracción del tiempo: ella había visitado esa librería, muchos años atrás, de la mano de su madre. Ahora le parecía más que familiar. Mientras ella recorre los espacios tratando de encontrar alguna huella de antaño o un aliento de su infancia incrustado en las paredes, el hombre dentro del pequeño espacio, no se percata que el grabador está encendido. Sí, él lee el suplemento Tertulia los sábados y algunos clientes se la piden. Mariel comienza a acercarse, entre otras causas, porque el hombre sonríe y comienza a hablar.

¿En qué año se inicia usted en el negocio de la venta de periódicos?
Fue en 1938, en el parque Colón, en la calle El Conde.

¿Cómo era en ese momento el local que usted tenía?
Era igual que este. Un salón, donde está ahora la imprenta García.

¿Qué fue lo que lo motivó a poner un negocio de venta de publicaciones?
Bueno, el periódico Listín Diario estaba enfrente y empecé vendiendo ese periódico.

¿Y el Listín Diario le permitía abrirse a la competencia?
Esto no era de Listín, era mío. Yo vendía publicaciones de todas partes, italiano, americano… no tenía exclusividad ni con el Listín ni con nadie. No la he tenido nunca.

¿Cómo fueron sus primeros tiempos desde el punto de vista económico?
Muy bien.

¿Cómo empezó con las revistas?
Yo vendía periódicos primero y después la librería Casanova, que estaba en la esquina, me daban las revistas Vanidades, Buenhogar…

¿En qué año fue eso?
En el 1941.

¿En qué locales ha estado después del parque Colón?
Después del parque Colón estuve en dos lugares: donde estaba el Partido Revolucionario y de ahí, en el 1961, me mudé donde Muñiz Fernández. Y después vine para acá, en el año 1978, en la calle arzobispo Nouel, casi frente a la Catedral.

Hablando de la etapa de Trujillo, ¿alguna vez tuvo problemas con vender publicaciones?, ¿vigilaban lo que vendía?

A mí solo no, a todo el mundo. Tuve un incidente con el general Fiallo. Él nos llamó a todos los libreros y nos preguntó “¿por qué vendíamos libros comunistas?” –y todo el mundo se quedó callado–. Yo le dije: “General, ¿por dónde vienen esos libros?”, Y él me dijo: “Qué usted me quiere decir con eso?”; entonces yo le añadí: “no, general le digo los libros… ¿por dónde llegan?”. “Por la Aduana, ¿por dónde van a llegar?”, –me contestó–. “Entonces en la Aduana los dejan pasar”, –le dije–. “Está bien, usted tiene razón”, –él concluyó convencido–.

¿A partir de ese momento lo dejaron en paz?
Sí, pero no sólo a mí, sino a todos. Porque yo respondí por los libreros que no querían hablar.

(ENTREACTO)
Macalé sonríe porque no ha dicho lo más importante. Lo que solo cuenta en sus memorias, escondidas entre amigos y Tertulias. No tenía por qué decírnoslo porque, además de simple admiradores, éramos periodistas en busca de una buena historia. Pero a partir de aquel incidente con el general Fiallo, Trujillo lo designó como el “censor” de revistas del gobierno, por lo que él iba a la Aduana a revisar publicaciones. Además, el jefe lo llamaba para informarse sobre el contenido de “Carteles” y otras de sus revistas favoritas.

Segundo Acto
Aquellas fotos parecen hablar. Mientras él se preocupaba en detallar la aventura de su vida, nuestros ojos recorrían las imágenes indóciles. Marilyn Monroe desde todas posiciones, ademanes y desenfadados ofrecía sus remordimientos. Macalé debió de amarla mucho, más de lo que la sociedad que le tocó vivir pudo haberlo hecho. Un amor así solo explica que un hombre la convirtiera en centro de su vida. Por un instante me pareció que ella sonreía más de lo debido. Que su rostro comenzaba a moverse con cierta gravidez en torno nuestro; Mariel también lo notó y comenzamos a mirarnos con algo más que asombro. No quedaba otro remedio que captar aquello. Por eso salió del local en busca de su cámara que, como estrategia, se había quedado en el auto.

¿La colección de Marilyn Monroe, a qué responde?
Hay gente que colecciona pistolas, otros ametralladoras, otros sellos y monedas. Yo colecciono a Marilyn Monroe. Esas fotografías de ella me las mandaron de diversas partes del mundo como de Italia, otras de Francia. Y otras me las traen amigos franceses, españoles, familias mías que están en Chicago, o clientes de la librería como Pedro Peix, por ejemplo.

¿Cuándo usted comenzó a coleccionar fotos de Marilyn?
En 1950.

¿Cuál fue la primera foto que usted obtuvo?
Una que salió que era un calendario, en 1949.

¿Esta exposición itinerante les gusta a las personas que vienen aquí les gusta?
Sí, muchísimos vienen a verla. No soy yo solo, hay mucha gente que ahora tiene a Marilyn de fanática. Y resulta que yo he sido yanquista toda mi vida. Desde 1927, cuando yo era un mensajero en Puerto Plata de un periódico y el maestro mío era quien traducía los cables y yo los llevaba. Uno decía que Babe Ruth había dado 20, o 30 jonrones hasta que llegó a los 60 y yo era el que llevaba el telegrama y ahí simpaticé con los Yanquis. Joe DiMaggio, uno de los ídolos americanos y mío de los Yanquis, fue esposo de Marilyn Monroe. Yo tengo hasta una fotografía de él dedicada.

¿Y a usted no le ha dado por coleccionar también a los personajes que vienen aquí desde que usted abrió?
Aquí vino Herrera Campín, porque le habían dicho que yo tenía cosas. Y como él conoció a Joe DiMaggio cuando él era presidente, vino a ver las fotos de Marilyn.

Tercer Acto
Marilyn queda como música de fondo. Mientras sigue moviéndose con aliento contagioso, Macalé continúa transformando en palabras el breve espacio de su alucinación. Mariel ha dejado de hacer preguntas porque el hombre no se deja interrumpir. Ella vuela con su cámara por todas las nostalgias advertidas. Y mientras lo hace, parece que se ha desdoblado en la imagen de su infancia.

¿Qué otras personas han pasado por aquí?
Juan Bosch. Él y yo éramos compañeros en Santiago. Trabajábamos juntos en la orden Mario Fermín Cabral. O sea el jefe de Juan Bosch era Tolentino, un oficial de Estadísticas en 1935. De esa etapa vino mi seudónimo. S debió a que Italia invadió Abisinia donde había una ciudad que se llamaba Macalé y los choferes me preguntaban a mí que si Macalé había caído y yo decía: “no, no ha caído”. Todos los días los choferes llegaban de la capital a Santiago donde yo vivía y allá me preguntaban. Y ya en los últimos días, solo decían: “Macalé…”, y yo contestaba: “No ha caído Macalé”. Se acabó la guerra Y me quedé con el nombre.

Yo vivía en Santiago. Juan Bosch estaba trabajando en esa ciudad en 1935, cuando se hizo el censo. Él trabajaba allá en Estadísticas y yo lo hacía con Rafael Meireles, sobrino de Mario Fermín Cabral, y este era el encargado del censo con Tolentino quien era de Estadísticas. Ahí fue que lo conocí.

Cuándo en 1961 Bosch subía los escalones del Palacio, yo estaba abajo en el zaguán y me dijo: “Muchacho, ¿y tú estás en esto todavía?; le dije: “Sí, y usted va a ser presidente”. Y después otro día me dijo: “¿…y tú sigues todavía guapo y berrinchoso?”; y le contesté: “No, yo no, usted”.

Usted ha salido adelante sin publicidad, y sin embargo aquí viene todo el mundo. ¿Por qué ha sido eso?
Porque la capital de la República estaba concentrada en el parque Colón. El Congreso, el Listín Diario, la Universidad… Yo veía a esa muchachita en la Universidad… a Minerva Mirabal… que todos los días cruzaba el parque. Quiere decir que yo conocía a la gente porque las veía todos los días: los diputados, senadores, policías, el jefe del Listín Diario, a los del Ayuntamiento, a Ortiz Álvarez, que era en ese tiempo el alcalde. Entonces, por eso, me conoce todo el mundo.

Es por eso que la publicidad es parte de su trabajo…
Ellos son los que vienen.

Usted ha convertido este negocio en un centro múltiple… se reúnen a jugar dominó, vienen a comer frutas… ¿Por qué?
Esas son las amistades que vienen a jugar dominó y hacen peña aquí; de noche a veces tengo que cerrar muy tarde porque vienen y se juntan abogados, doctores y amigos.

Cuarto Acto
A quemarropa y en un rápido intercambio de preguntas y respuestas, la conversación parecía concluir. Nos dimos cuenta de que, casi al final, quedaba lo más importante por decir.

¿Cuál es su nombre completo?
Alejo Fabián Tello Alvarado.

¿Usted piensa ampliar el negocio o quedarse siempre aquí, porque oímos un rumor de que Macalé iba abrir otro negocio?
No, yo nunca he querido abrir otra sucursal, al contrario, estoy por retirarme.

Pero usted es de los que muere con el fusil en la mano
Puede ser que sí. Por qué hay un sello de garantía. Siempre que se busca una revista, una publicación, se dice, “si Macalé no la tiene, no la tiene nadie”.

Sí, a mí me relaja Julito Hazim todos los días por la mañana en “Revista 110”. Hay gente que me dice, “¿y cuánto tú le das a Julito que a cada rato está mencionándote?”. Allá mismo le hicieron una entrevista sobre un libro a un puertoplateño, que lo llevó allá donde Julito y él dijo: “¿Dónde tú tienes los libros…?, seguro que están donde Macalé”. Y él contestó: “Sí, allá mismo están”.

¿Usted colecciona algo más que fotos de Marilyn Monroe?
No. Solo fotos de Marilyn.

¿Macalé, son 50 años que usted cumple ahora, en enero?
Sí. 50 años con el negocio. Y tengo 60 años aquí en la capital. Yo vine el 17 de julio de 1937. Yo trabajaba en la línea Duarte que estaba frente a la estatua de Colón en la calle El Conde, y esa fue la primera vez que yo vine a la capital. Después me llevaron otra vez para Santiago y los choferes disidentes pusieron la línea Studebaker y entonces yo fui quien la vine a atender, siendo yo un muchachito; eso fue en el 1939. Y entonces estando en Listín Diario ahí mismo, me puse a vender el Listín y después La Opinión que estaba saliendo en la calle El Conde. Y el señor Sanabia, que tenía su periódico también, me daba ejemplares para venderlos. Después vino Portillo y me dio Selecciones y otras revistas que traía. También me surtía Librería Casanova.

¿Usted soñó dedicarse a esto desde Santiago?
No.

¿Qué quería ser cuando era muchacho?
¿Usted sabe cómo me decía Rafael Herrera? Colega. Porque un día me oyó decir que yo solamente llegué hasta el sexto curso. Y como yo discutía de todas las cosas, él se preguntaba cómo yo solo había llegado hasta el sexto curso. Él me dijo: “Macalé, tú y yo somos colegas, yo en Baní tampoco fui a la escuela. Yo soy autodidacta en todo”. Él era muy amigo mío. Otra cosa es que, cuando me dijo don René Depelvanche de que nosotros comercializábamosLa Opinión al Cibao, los chóferes de la línea Duarte venían todos los días a buscar el conduce para llevar los periódicos. Y Mario Fermín Cabral que fue con quien yo trabajé y con Fello Mirelis en Santiago. Como ustedes dijeron antes, mucha gente me conoce; imagínense, con 80 años de edad.

Último Acto
Mariel Acuña ha dejado su cámara a un lado y lo enfrenta, no con el ánimo de hacer historia, sino con la determinación de multiplicar sus rasgos. Definitivamente ella no pudo encontrar lo que buscaba, pero no quería terminar aquel encuentro sin llevarse, al menos, una ligera dosis de esperanza.

¿Estos últimos 10 años han sido los más tranquilos de su vida?
Bueno, por la manera de quererme conservar, y a ver si duro algo más.

¿Qué hace Macalé ahora en sus vacaciones cuando se va los domingos?
Toda la vida desde que trabajaba ahí en la línea Duarte, siendo un niñito de 16 o 17 años allá en Santiago, he trabajado los siete días de la semana. Pero yo me voy a veces a los Estados Unidos. Yo conozco toda la costa Este, desde Chicago hasta Cayo Hueso, porque tengo familia allá y también voy a Puerto Rico y eso lo tomo como vacaciones. Pero nunca he dejado de trabajar un domingo. Aquí estamos abiertos día y noche. Ahora mis hijos están ayudándome.

¿Cómo usted sobrevive con los apagones?
No, ya no se llaman apagones, son alumbrones ahora.

¿Usted tiene planta?
No, yo uso lámparas eléctricas y de gas.

¿Pero aunque haya apagones, Macalé no cierra?
No, no se cierra nunca.

¿Por Macalé han pasado varias generaciones?
Sí, han venido aquí familias que me compraban revistas en el 1940, 41 y ahora han traído a sus hijos y esos hijos a los suyos, o sea tres generaciones.

Incluso este local tiene varias décadas y no ha cambiado, todo se ve en el mismo lugar.

Todo está en el mismo lugar, solo que las revistas se han ido agrandando ya que antes tenía un solo puesto en la puerta y ahora tengo dos. Aquí lo he podido hacer porque es más amplio, pero allá en el parque Colón lo que tenía era una puertecita de lado a lado. Pero la gente fue queriendo que le vendiera sus libros, y mire por donde vamos.

¿Los clientes son fieles?
Sí, la gente está acostumbrada a que yo cierre a las nueve de la noche, por ejemplo. Los clientes son hasta de Arroyo Hondo. Cuando la Revolución, Caamaño venía donde mí, porque él sabía que yo estaba ahí enfrente abierto. Comía. a veces donde Yolanda Caminero, con el jefe del Cuerpo Militar. Camaño relajaba conmigo porque yo lo conozco desde que él era teniente.

 

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