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lunes, 14 de junio de 2021

Las que dan las buenas y malas noticias del Covid

Indhira Jiménez, entrega total
Desde que la pandemi a d e l Covid-19 dio sus primeras señales de circulación en República Dominicana, en marzo de 2020, el personal de salud inició una batalla desigual que aún no termina, pero ha marcado en el corazón del pueblo dominicano cada uno de los nombres de estos héroes y heroínas de batas blancas.

La médico internista Indhira Jiménez es una de esas guerreras que con su rostro protegido por mascarillas y cubierta de pies a cabeza con equipos de protección, cada día va de frente al Covid-19 con la esperanza de salvar vidas, a pesar de que para ello ha tenido que sacrificar gran parte de la suya.

“Cuando estoy trabajando se me quita el hambre, yo no puedo sentarme a comer sabiendo que hay un problema que yo puedo resolverlo, yo no puedo sentarme a comer sabiendo que hay un paciente que depende de que yo haga una llamada. Mientras yo tenga cosas pendientes no me puedo sentar a comer”, manifestó la especialista.

Con solo 33 años, Jiménez se convirtió, en noviembre de 2020, en la encargada de la unidad de Covid del hospital docente Francisco E. Moscoso Puello y al igual que otros de sus compañeros, durante los casi 15 meses que tiene batallando con la virulenta enfermedad ha perdido peso y diariamente se somete a horas de estrés.

Jiménez, oriunda de Bánica, provincia Elías Piña, supo desde muy pequeña que la medicina “era y es lo suyo”. A los cuatro años aproximadamente, luego de trasladarse a la capital con toda su familia en busca de mejores condiciones de vida, su padre la llevó al hospital municipal de Engombe por problemas de salud, sin saber que justo ahí le despertaría a su hija el don de empatía.

“Yo vi a un señor mayorcito dando gritos, yo empecé a dar gritos también. Mi papá pensó que yo tenía algún dolor. Yo le dije: no papi, no es por mí; es por el señor”, contó la especialista de la salud a este medio.

Desde entonces, la hoy internista comenzaría su camino de “llevar sanidad a otros”.

Llanto a escondidas
Jiménez es una de las especialistas que ha estado viviendo entre la melancolía y pérdidas que ha dejado el coronavirus a su paso, por lo que en su posición de coordinadora le ha tocado estar presente en momentos que, asegura, recordará por siempre.

Uno de los casos en que ni ella ni el personal pudieron contener las lágrimas fue cuando recibieron a una paciente embarazada y justo cuando ya creían que estaba superando la enfermedad, perdió la vida al igual que la criatura.

“Se había logrado extubar, ella estaba hablando con su esposo y hablando con él ella hizo una parada cardiorrespiratoria”, narró Jimenez visiblemente afectada.

Con palabras cortadas y acompañadas de suspiros, la doctora contó que duraron más tiempo del establecido para poder reanimar a una persona, pero ese día el coronavirus se llevó la vida de una madre y un niño que no había alcanzado a nacer.

“Fue difícil darle la noticia… fueron dos vidas”, agregó tras una pausa por la conmoción.

Jiménez recordó también el día en que hospitalizaron a una pareja de ancianos, y poco después la señora murió en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) y luego de la defunción el esposo no dejaba de preguntar por ella.

“No podíamos decirle que su esposa falleció porque eso le iba a afectar e iba a empeorar el pronóstico. Entonces tuvimos que mantenernos siempre diciéndole que estaba bien”. A los dos días él también murió.

Estos momentos que se estampan de manera imborrable sobre sus recuerdos le van quebrando de a poco y en más de dos ocasiones, según contó, ha tenido que encerrarse a llorar por el dolor de ver un paciente partir a destiempo y la desesperación de no poder hacer más nada para evitarlo.

“Uno se hace fuerte para no llorar, pero uno se tranca en una habitación o va a la casa y se desahoga. No es fácil”, expresó.

Es por esta razón, según la misma doctora, que a pesar de que el hospital Moscoso Puello está completamente lleno, habilitan cualquier espacio con el fin de aligerar la dolencia de los pacientes hasta tanto se consigue una cama en otro hospital. “El Moscoso Puello recibe a los pacientes aun en una silla, yo les digo los médicos: tienen que recibirlos. ¿Por qué dónde va a parar el paciente? En su casa y posiblemente muera en su casa”, resaltó.

Impacto familiar
La embestida del Covid- 19 no solo ha transformado su ambiente laboral, sino que se ha apropiado de gran parte de su tiempo como madre y esposa.

Cuando su horario culmina, o la situación se lo permite, Jiménez retorna a su casa para compartir con su esposo y sus tres hijos de siete, cinco y tres años, pero en el camino y aun a altas horas de la noche, su teléfono no deja de sonar.

“Ese trabajo continúa en la casa, a veces a las 11, las 12, la una de la mañana y las dos, y uno todavía está recibiendo llamadas. Es agotador, uno se levanta temprano para irse tarde y aun así seguir trabajando”, subrayó.

Zaira Hilario, codo a codo con pacientes
Un año frente a la pandemia del covid- 19 y con la responsabilidad sobre sus hombros de batallar con una de las áreas más tediosas de una unidad de coronavirus, no ha sido suficiente para que la doctora Zaira Hilario tenga pensamientos de “tirar la toalla” a pesar del agotamiento físico y mental al que se enfrenta día tras día.

Hilario es médico intensivista y asiste a los pacientes ingresados en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del área COVID del hospital Francisco E. Moscoso Puello donde se entrega en cuerpo y alma para lograr la mejoría de los internos, con quienes durante su estadía surge un vínculo único que va más allá de un simple paciente.

Con una mirada fija considera que no se rendirá tan fácil en medio de la demanda de pacientes que impera en el hospital aunque a veces hay momentos que dicen “no poder más”. Sin reservas y luego de un silencio misterioso resume su jornada laboral dentro del hospital en una sola palabra: difícil.

“Tú ver personas agonizando, personas pidiéndote ayuda y sin tu poder ayudarles porque es tarde o medicamente se han agotado las opciones…es difícil”, expresó la doctora con una voz firme, pero en el fondo quebrada y llena de tristeza.

Lo más duro
A pesar de que ha pasado más de un año del inicio de la lucha contra el virus, reconoce que hay momentos que nunca olvidará, aunque los pacientes ya no existan físicamente porque no lograron ganarle la batalla a la enfermedad.

“Doctora no me deje morir, yo tengo hijos, ellos me necesitan”, expresó la intensivista, quien continúo diciendo que ese tipo de peticiones parten el alma aún más cuando son pacientes “súper jóvenes”.

Con sus ojos castaños invadidos de lágrimas que no derramó, siguió contando que la impotencia se repite frecuentemente cuando algunos son parejas de esposos con avanzada edad y estos le ruegan: “doctora por favor ayúdeme porque es lo único que tengo (su pareja), ¿cómo lo hago?”, testificó cuestionándose con sus sentimientos escondidos pero a la vez con una tristeza que se denotaba a través de su mirada fija.

Familia
“Tener una bebé de seis meses cuando inició la pandemia fue muy difícil”, testificó la doctora al tiempo que resaltó que le dolía no poder abrazar a sus hijos cuando llegaba a casa, incluso a su hijo mayor de 10 años que era quien la recibía cuando llegaba del hospital.

“Llegar a casa y ver como tus hijos se apartan de ti, es doloroso, porque lo que quisiera es abrazarlos pero hasta que yo no me desinfecte no puedo tocarlos y es difícil para ellos y para mí”, dijo abrumada llevando sus pensamientos a esos momentos.

“El niño me recibía con alcohol en las manos y me decía: mami levanta los brazos”, contó.

Sin pensarlo Hilario confesó que su mayor temor durante la pandemia es contagiar a su familia, llevando el virus a su casa.

Nunca olvidará
“Hubo un paciente que le daba mucha ansiedad estar ahí arriba y yo siempre hablaba con él, lloraba con él y un día me dijo: cuando yo salga de aquí usted será mi mejor amiga porque yo nunca he tenido una amiga como usted”, dijo apretando los ojos y trasladando sus pensamientos hacia ese instante.

Tiempo más tarde se enteró que el paciente falleció quedando en ella un gran pesar por no poder ver materializado todo lo que había imaginado si hubiese salido con vida del hospital. “Que decidan incluirte en su círculo familiar eso marca para siempre a un médico”, concluyó.

Alba Gómez: “Nací para servir”
“Yo nací para servir”, es la frase que diariamente se repite la médico general Venecia Alba Gómez antes de salir de su casa con destino a la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) para atender pacientes con Covid de la Ciudad Sanitaria, Luis Eduardo Aybar o a la de un centro médico privado donde también trabaja de forma paralela.

A pesar de que Gómez está desde el día uno enfrentado junto a los demás héroes de bata blanca la implacable pandemia del covid-19, aun sus hijos no se acostumbran a verla salir de casa y tener que esperar hasta el día siguiente para saber de su madre.

“Mis hijos cuando me ven que yo me voy a trabajar, ahora y al principio, me dicen pero mami nadie va a ir a trabajar… ¿para qué tú vas a salir?”, contó la doctora, quien ha tenido que sentarse varias veces a hablar con sus niños de 16, cinco y dos años de que ella se debe en servicio a los demás y lo hace por amor.

Pero aun así, Gómez aseguró que la pandemia la ha marcado y ha significado “un antes y un después” en su vida, con momentos “muy duros”, ya que como personal de cuidados intensivos, y en dos centros, le ha tocado la peor parte de servicio.

“En esta pandemia hemos ayudado a muchas personas y han sobrevivido, pero así mismo hemos visto caer, hemos visto morir a muchas personas que aun con todo el esfuerzo médico no han ganado la batalla. Eso ha sido lo más difícil”, expresó la doctora de 43 años.

Gómez aseguró durante un conversatorio que ha sido en Dios donde ha encontrado la fortaleza para continuar luchando para sacar a sus pacientes de intensivos, pese a las pérdidas que ha visto.

“Tú ver a una persona que a pesar del tratamiento que tú le estás aportando, aun así esa persona te está pidiendo aire para sobrevivir, porque sus pulmones están colapsados, para mí es muy triste”, manifestó. Para la especialista de la salud, ver a los hospitalizados tendidos en camas y con pocas probabilidades de sobrevivir, la llena de frustración esporádica que en ocasiones le hace cuestionarse por no poder hacer más.

“Es que tú dices: wao Dios yo estudié para ayudar y mira no la puedo ayudar o no lo puedo ayudar, esa es la parte más triste”, especificó.

No hay descanso
Durante las horas de trabajo en el Eduardo Aybar y el centro privado, es poco lo que Gómez puede descansar debido a la complejidad del estado de salud de los que están en las UCI.

“Ir a dormir una hora, no puedo, es demasiado trabajo como para pensar en descansar. Si se puede descansar se descansa, si yo tengo mis pacientes estables, yo puedo descansar”, detalló Gómez.

No obstante, las eventualidades que puedan presentar los ingresados a cargo de otro doctor, hace que todo el personal salga corriendo para ayudar al compañero.

“Yo te lo puedo confirmar, tú estas en una batalla. Y en una batalla hay un escenario tan cruel que tú ves hoy una persona que está estable y en segundos tú puedes hacer una eventualidad y en minutos tener un paro respiratorio”, reveló la doctora.

Asimismo, destacó que le ha tocado, en varias ocasiones, salir y decirle a una persona que su paciente está estable y a la hora volver con la triste noticia de que ya no está vivo.

“Por eso es que mi lema es servicio aunque esté cansada, servicio aunque esté agotada. Pienso en la gente que me necesita y se me va”, subrayó la doctora Gómez.

 

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