Las noticias sobre la sequía en República Dominicana son
cada vez más alarmantes. Las afectaciones al consumo humano y al uso
agrícola e industrial de tan preciado líquido van conformando un
panorama inquietante, que mantiene en zozobra a la población,
añadiendo
sombras a la ya de por si precaria subsistencia de miles de dominicanos y
dominicanas.
Se trata de una crisis de imprevisibles consecuencias, que podría provocar un colapso en la vida nacional.
Se sabe que el río Yaque, por ejemplo, el principal del
país, apenas transporta hoy tres metros cúbicos de agua por segundo,
cuando lo habitual es que sean 37. A través del Fondo Especial para el
Desarrollo Agropecuario (FEDA), el gobierno se ha visto obligado a
repartir 40,000 pacas de hierba para alimentar el ganado ubicado en la
Región Sur, y evitar que siga muriendo de hambre.
La Corporación de Acueductos y Alcantarillados de Santo
Domingo (CAASD) anunció la instalación de diez equipos de bombero en
pozos de Santo Domingo Este para aliviar la notable escasez de agua que
sufre la población. Son apenas, las señales más visibles de un drama
amenazador.
En República Dominicana, el 82% del agua que se consume
corresponde al sector agropecuario; el 14 % va al consumo directo de la
población, y el 4% restante se utiliza en las industrias, la minería y
el turismo.
Entidades como la Academia de Ciencias y la Sociedad
Ecológica del Cibao ( SOECI) han emitido fuertes críticas hacia las
explicaciones oficiales que se brindan acerca de las razones que
pudiesen explicar la actual crisis.
“Si seguimos buscando la culpa en la sequía- se afirma en un
comunicado emitido por la SOECI- nunca prestaremos atención al desastre
y desorden que impera en nuestras zonas de captación de agua, la parte
más sensible de nuestras cuencas hidrológicas…
La desforestación sigue avanzando y la erosión no se detiene”. Por su
parte, la Academia de Ciencias acaba de protestar formalmente ante el
gobierno por lo que considera su política “sin rumbo definido”, con
respecto al medio ambiente y las áreas protegidas.
Casi todos los especialistas coinciden en que las causas de
esta crisis hunden sus raíces en problemas de larga data, nunca
resueltos, ni sistemáticamente encarados por las autoridades, entre
ellos, la falta de una Ley de Aguas, de la que se viene hablando desde
hace más de diez años; el deficiente uso del riego, lo que provoca
manejo incorrecto del drenaje y la salinización de los suelos; el escaso
o nulo control de vertidos sobre cuerpos de agua superficiales y
subterráneos; la pobre calidad del servicio de agua potable por débil
mantenimiento de las infraestructuras y limitada capacidad de medición y
cobro; la insuficiente y no sistemática medición del ciclo hidrológico,
así como de la cantidad y calidad del agua; la deforestación, el
conuquismo, la producción ilegal de carbón y la extracción de madera; el
uso irracional del líquido y la falta de conciencia ambiental en la
población; el uso anárquico, muchas veces bajo concesiones
irresponsables, de este recurso, en la industria y los servicios; la
insuficiente construcción de presas y embalses; la casi nula protección
de las cuencas altas de los ríos; la aplicación de políticas de
reforestación desordenadas y fragmentadas; la falta de participación
ciudadana en el manejo de los recursos hídricos nacionales, y un
tratamiento inadecuado a las aguas residuales para evitar
contaminaciones, entre otras.
Es obvio que, de los gobiernos que han dirigido al país en
los últimos cincuenta años, de haber establecido y hecho cumplir un
conjunto de medidas , para evitar o mitigar la situación por la que
atravesamos, la sequía y otros efectos del cambio climático, aunque no
hubiesen podido ser evitados, nos hubiesen encontrado en mejores
condiciones de enfrentarlos.
La falta de una política sectorial coherente ha conducido a
la imprevisión, la improvisación, la irresponsabilidad, con respecto al
uso y protección de los recursos hídricos nacionales, y se constituye en
la verdadera causa de las angustias e inseguridad que hoy todos
padecemos.
El gobierno no está por encima de la naturaleza ni puede
controlarla, pero es una urgente necesidad encarar los estragos de la
actual sequía para auxiliar a la población y a los productores, a la
vez, y sobre todo, para comenzar a atacar de manera permanente y
sistemática, las profundas raíces de este problema.
En muchos de los barrios más poblados y vulnerables de las
ciudades y campos del país, al sufrimiento cotidiano para poder acceder a
la canasta básica de alimentos, o garantizar mínimos estándares de
educación y salud para la familia, se une ahora el tener que allegar
recursos para pagar por este líquido tan vital para su subsistencia.
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