Hoy fue uno de esos días en donde decides comentar un artículo de periódico en las redes, el tema en cuestión era el descontento de la liga invernal puertorriqueña con la celebración este fin de semana de la “revancha” entre las Águilas Cibaeñas y los Tigres del Licey, coincidiendo y rivalizando con la celebración del Juego de Estrellas del beisbol de la liga invernal de Puerto Rico.
Muy pocas veces pierdo mi tiempo opinando en estas plataformas de interacción, pero fueron tantos los comentarios despectivos y descortés hacia los dominicanos, que no pude pasarlo por alto ni dejar de expresar mi disgusto y mi rechazo.
Entre los comentarios insultantes y ofensivos hacia los dominicanos y en especial a mi persona por comentar y rechazar esa avalancha negativa, que el que más llamó mi atención, fue el de “boricua wanabi”, sí, término utilizado para las personas que quieren pertenecer o ser parte de la isla.
Es curioso y ofensivo, sentir como esas expresiones resonaron y calaron en mi mente y corazón, ya que al haber vivido en Puerto Rico por 26 años, tener formación académica y profesional en la vecina isla, marcada en los principios del año 2000 por una ola de racismo, me daban la impresión de que ya esa parte había menguado, la habíamos superado un poco. Pero no. Sigue ahí, latente y podría hasta pensarse que se traspasa como una herencia, de generación en generación.
Observo que siguen sin ver el gran valor del dominicano en la historia puertorriqueña, tratando de desconocer los importantes aportes de la comunidad dominicana en Puerto Rico, al igual que lo han hecho los puertorriqueños en República Dominicana.
Nosotros los dominicanos, que protegemos y cuidamos esa hermosa isla, que muchos hemos llegado a querer con la misma dimensión y el mismo amor, que, el lugar donde nacimos, la República Dominicana.
Una parte que nos distingue cuando llegamos a Puerto Rico es que el dominicano trabaja con ahínco, aporta a la economía boricua, así como a la nuestra; tiende la mano al puertorriqueño que lo necesite y trata de prosperar; asumiendo también – con sus entendidas excepciones-, que son muy pocas las veces que se reseña en la isla que los dominicanos hagan lo indebido o hayan mantenido conductas vergonzosas y deplorables contra la sociedad puertorriqueña.
Siempre los tratamos con educación, respeto y admiración, aunque en muchos aspectos, a veces, no sea asi lo que recibimos como dominicanos.
Y a mí me llamaron “boricua wanabi”, como una especie de insulto y segregación, pero eso no es una actitud ni un concepto generalizado en Puerto Rico. Realmente que no.
Y mis deseos serán eternamente de gratitud a Puerto Rico, a sus gentes; que la isla pueda lucir todo su esplendor, bienestar y progreso. Y que puedan sentir también como nosotros los dominicanos, ese inmenso sentir de patriotismo por nuestro país, por nuestras costumbres y amada cultura.
Y que, aunque se emigra buscando un mejor futuro, dejando muchas veces lo que más amamos detrás, nunca olvidamos de donde salimos y el orgullo que sentimos por ello. Que preserven como retos, la irreversible obligación de proteger su linda isla (la isla del encanto), su legado cultural, histórico y libertario, y que con amor y tesón la defiendan.
Que se levanten de los graves problemas que la abaten; de la misma corrupción que los ahoga cada día, que tengan una educación de calidad, un sistema de salud digno y una juventud bien amada y bien cuidada.
Hay muchas anécdotas que contar de mi vida en Puerto Rico. Ya eso lo dejaremos pa’ después. Con ustedes se despide una dominicana y “boricua wanabi”.
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