La situación de las familias que hoy se ven a los ojos entre llanto, amargura y desesperación porque sus familiares se encuentran hospitalizados en aislamiento por contraer el Covid-19, revela dos realidades.
Mientras esperaba sentada al borde de un jardín, fuera de la sala de espera del Centro Cardio-Neuro Oftalmológico y Trasplantes (Cecanot), María lucía cabizbaja por la situación de su hijo.
“Yo le había dicho a él que se pusiera la vacuna y me dijo que no, que tenía un chip, que yo estaba loca”, manifestó la madre a Listín Diario.
Ya sin las fuerzas suficientes por los años que lleva sobre su espalda, María cada día va a escuchar el nuevo diagnóstico del médico de turno sobre el estado de salud de su vástago. Su hijo mostraba un cuadro delicado y está bajo ventilación.
Una realidad opuesta
El doctor con varios papeles a la mano, llamaba por los nombres de los pacientes a sus respectivos familiares para informarles sobre su estado de salud.
Entre los que esperaban los resultados sobre sus pacientes internos, una joven de unos 25 años se acercó al especialista de la salud, luego de que este le llamara por el nombre de Jesús.
Tras recibir la noticia, a lo lejos se veía como su rostro alcanzó el calor de sus mejillas y sus lágrimas se deslizaban por sus cachetes. A simple vista podía parecer angustia, pero al girar su cara por completo una sonrisa de emoción marcó la diferencia.
Le avisaron que al fin su padre podía irse a casa, “sano y salvo”, después de varios días de internamiento por el nuevo coronavirus.
Dentro de tanta tristeza y desolación que abunda en los hospitales, el caso de don Jesús generó luz, y con lágrimas de júbilo, alzamiento de manos y exclamaciones al señor, celebró su hija que hoy tendrá a su familia completa en casa.
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