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sábado, 11 de enero de 2020

Un crucero alrededor del mundo: la aventura comienza

Una travesía alrededor del mundo es como una papita frita –¡nadie se conforma con sólo una! Cuando mi esposo Humberto y yo tomamos nuestra primera vuelta al mundo en el 2012 pensamos que era algo de “una vez en la vida.” ¡Ahora nos acabamos de embarcar en nuestra sexta: un círculo alrededor del planeta de 128 días!

Una de las razones porque estas travesías resultan adictivas es el primer día: la terminal de cruceros en Fort Lauderdale está decorada con globos del mundo, banderas y carteles de sitios y elementos icónicos del planeta como la Casa de la Ópera en Australia, témpanos de hielo de la Antártida y así sucesivamente. Pronto es evidente que los pasajeros ya se conocen pues están abrazándose y saludándose como si fueran familiares o viejos amigos –muchos son veteranos de varias vueltas al mundo juntos.
El presidente de la línea de cruceros, Orlando Ashford, y el capitán, Jonathan Mercer, saludan a los pasajeros hablando de la travesía que nos llevará a ver a pingüinos en la Antártida, macacos en Bali, kivis en Nueva Zelanda, y lémures en Madagascar –entre otras maravillas. Abordo de la nave, el crucero de 1,390 pasajeros Amsterdam de Holland America, los empleados –seleccionados cuidadosamente para esta travesía, la más importante de la línea de cruceros, reciben a todos sonrientes y con un “¡bienvenidos a casa!”
Hay una recepción especial con champán y otras bebidas y una cena festiva de bienvenida con especialidades internacionales. Camareros y empleados de cabina se presentan y se ponen a nuestra disposición. El director del crucero habla sobre el entretenimiento variado, actividades y presentadores dispuestos para la travesía. Al retirarnos a la cabina hay, además de chocolates, dos cuadernos de viajes de regalo para que podamos asentar nuestras aventuras para la posteridad ¡Y al concluir ese día lleno de mimos y atenciones, uno se da cuenta que quedan 127 más!
Otros beneficios que hacen este tipo de travesía irresistible incluyen estadías por dos días en una variedad de puertos, múltiples escalas en una región y eventos festivos especiales. Aún otros incluyen el programa cultural de Holland America que trae las especialidades culinarias (¡uy, uy, hasta canguro en Australia en el menú!), charlas y clases por expertos sobre la historia y costumbres de las regiones visitadas (artes manuales en la Polinesia francesa) y espectáculos presentados por grupos folclóricos.
Los primeros tres días de la travesía estuvimos en altar mar: ideales para desempacar, pues cuando se va a estar a bordo por más de cuatro meses y se viaja a varias zonas climáticas hay que traer más equipaje. Nuestra cabina, en una de las categorías económicas, cuenta con ventana grande, cama “queen size,” baño privado, tres closets amplios y múltiples cajones –así que todo lo que trajimos en seis maletas y dos mochilas cupo bien (además de ropa para los trópicos y la Antártida, trajimos artículos de aseo predilectos como enjuague bucal que son difíciles de encontrar en algunos puertos exóticos).
 Estos días navegando también son buenos para conocer la nave y sus facilidades que incluyen dos piscinas (una bajo cristal para poderse usar en la Antártida), restaurantes (el principal y tres alternativos), teatro, cine, bares, casino, gimnasio y spa y para informarnos sobre la extensa lista de excursiones opcionales en los 47 puertos que visitaremos.
Ya informados, instalados en nuestra cabina y familiarizados con el barco llegamos a nuestro primer puerto, Roseau, Dominica, una isla menos transitada que es el punto que divide al grupo de las Islas Barlovento e Islas Sotavento en el Mar Caribe.
Dominica, de 29 millas por 16 millas de extensión, es una islita ideal para hacer una primera escala en un viaje de esta magnitud. Con frecuencia llamada “la Isla Natural,” es una nación independiente y un oasis para el Ecoturismo, con bosques tropicales cubriendo dos terceras partes de su territorio montañoso. Cuenta con magníficas playas, arrecifes, cascadas, volcanes, numerosos ríos y un número de parques nacionales que son hogar de 160 especies de aves y 1,200 variedades de plantas.
Tomamos un tur en Roseau, la bulliciosa capital con casas y edificios en tonos vibrantes tropicales, visitando puntos de interés incluyendo el Mercado Viejo en el centro antiguo de la ciudad, que en otras tristes épocas era el mercado de esclavos. Otras paradas incluyeron el Dominica Museum, museo con muestras sobre la historia, geología y cultura de la isla, la modernista Iglesia Católica de San Alfonso, y la Catedral de Nuestra Señora del Cielo Justo (Roman Catholic Cathedral of Our Lady of Fair Heaven) comenzada en el Siglo XIX en estilo gótico-romántico en Virgin Lane.
Imperdibles naturales incluyen los jardines botánicos donde se pueden ver las endémicas cotorritas Jaco y Sisserou en jaulas (esta última el ave nacional de Dominica que adorna la bandera del país) y los saltos de agua Trafalgar Falls, a cinco millas al este de Roseau, dos cascadas en un entorno verde exuberante. La laguna y cascadas de Emerald Lagoon y los parques nacionales incluyendo Morne Trois Pitons y Cabrits son visitas obligadas.
Otros puertos que visitamos en el Caribe en esta primera etapa de la vuelta al mundo incluyeron St. Lucia, bella isla con sus Les Pitons, verdes montañas junto al mar que se elevan a más de 2,500 pies (Gros Piton, Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO) y Petit Piton con más de 2,400 pies.
Estas islas fueron el aperitivo para el banquete de puertos futuros, comenzando en unos días con joyas de la América del Sur incluyendo a Río de Janeiro y Buenos Aires.

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