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lunes, 25 de marzo de 2019

Los ludópatas, bajo el riesgo constante de perderlo todo

Era la mañana del jueves 21 de marzo del presente año y me encomendaban la tarea de contar cómo es la adicción a ganar el dinero fácil a través de la suerte, toda una industria basada en el juego y en una enfermedad conocida como “ludopatía”.

Ese día decidí visitar una banca de apuestas ubicada en el centro de la ciudad. No tuve que irme a un espacio donde habitan personas de escasos recursos para conocer el motor que mueve a quienes son adictos a las máquinas tragamonedas, a las loterías, a las ruletas o a las apuestas deportivas.
Llegué al lugar a las 10:15 a.m., y un letrero ubicado en la puerta principal que decía “PROHIBIDO la entrada a menores de 18 años y uso de armas de fuego”, me dio la bienvenida.
La banca abría a las 11:00 a.m., sin embargo, pude acceder diciéndole al empleado que realizaría una tarea universitaria.
El joven me recibió muy amable, pero sus primeras palabras fueron: “yo no te recomiendo que juegues para experimentar porque eso es un vicio tan fuerte que de solo venir aquí se te puede pegar”.
Me quedé observando las cámaras fotográficas ubicadas en cada extremo de esas cuatro paredes, las cuatro pantallas de televisión colocadas una al lado de la otra en una pared, una pequeña mesa redonda debajo y cinco sillas. Más al lado había ocho tragamonedas, al fondo una ruleta con seis sillas y al lado de ellas otras máquinas de jugar.
Sin conocer riesgos
El chico, quien se encarga de atender a los jugadores, comenzó a conversar conmigo mientras pasaban los 45 minutos para abrir el negocio.
Nos sentamos frente a una máquina tragamonedas y desde ahí pude comprobar que la entrada a este vicio se da paulatinamente y una vez estás en él, es muy difícil salir.
No habíamos iniciado bien el diálogo cuando llega un motoconchista de unos 25 años en y empieza a tocar la puerta para que le abran. Eran las 10:23 y todavía no se podía acceder. Él se fue, pero a los pocos minutos llegó otro señor que llevaba puesto un pantalón gris, una chacabana blanca y zapatos relucientes. Estaba ansioso, se quedó fuera dando vueltas, miraba el reloj, tocaba la puerta una y otra vez, y al final se desesperó y también se marchó.
Seguí hablando con Israel (nombre ficticio, para conservar su empleo) y él me expresó que hay personas que llegan allí a las 11:00 a.m., y se van cuando cierran a las 10:00 p.m., no importa si es día de trabajo o fin de semana o si han comido o no.
CRONO
A las 10:15 a.m.
Toqué la puerta de la banca para conocer el comportamiento de los ludópatas y a los pocos minutos comenzaron a llegar algunos desesperados.
A las 12:00 a.m.
El lugar había recibido más de ocho clientes, que apostaron a los números de la lotería, otros a los deportes, pero la mayoría se concentró en las tragamonedas.

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