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viernes, 17 de agosto de 2018

Cada ruta es un campo de obstáculos para las personas ciegas

SANTO DOMINGO. Cuando empezó a escapársele la luz era un joven de 25 años de edad que avanzaba el sexto semestre de la carrera de Economía. Pero, a mediados de 1990, la vida se le trastornó a Rafael Ruiz. Dos años más tarde, su situación empeoró e hizo más oscuro el tono gris con el que veía el mundo.

Las tinieblas se posaron en sus ojos disfrazadas de glaucoma, una enfermedad rara y desconocida entonces para Rafael y para los primeros médicos que le atendieron, que consiste en un aumento de la presión intraocular que destruye el nervio óptico.
Con la enfermedad se fue la luz que le mostraba el camino a seguir, que encendía sus energías y ganas de echar adelante a una familia de cuatro hermanos, sus padres y su pareja, que le abandonó, espantada por los nuevos afanes que le llegaron.
“Mi vida cambió muchísimo. La señora se fue, no podía seguir trabajando ni estudiando y tuve que volver a vivir con mis padres. Estaba bien, pues no me faltaba nada, pero invertí todo mi dinero en salud. Entonces empezaron los problemas de depresión, desorientación y frustración”.
Un día llegó a tomar un cuchillo para parar de un golpe el rumbo que llevaba y que le era extraño. Pero la angustia y las manos de su madre le detuvieron y le lanzaron, de un empujón, hacia una nueva forma de andar por la vida.
Abril celebrara el paso de la primavera de 1992, cuando decidió buscar ayuda en el Patronato Nacional de Ciegos, en donde adquirió los conocimientos que requiere una persona con discapacidad visual para seguir su vida de forma independiente, aunque no pudo seguir su carrera universitaria.
En el patronato aprendió sobre técnicas de orientación y movilidad, a reconocer los signos de referencia para transitar en las vías y se hizo técnico en terapia y masaje. También estudió locución, que le permitió trabajar en una emisora, es técnico en deporte, en comunicación y actualmente es el secretario general de la Organización Dominicana de Ciegos.
De su época de adolescente traía conocimientos técnicos en mecánica industrial y desde el año 2001 trabaja en el Consejo Nacional de Discapacidad (Conadis), donde actualmente se encarga de atender la central telefónica.
Rafael, de 53 años, cuenta con orgullo cómo ha sabido saltarse los obstáculos físicos y emocionales que le puso el destino. Sabe orientarse, bastón en manos, por las calles para no extraviar la ruta, emplear a fondo su oído para saber qué tan cerca o lejos se encuentra un vehículo, antes de cruzar la calle.
Sin embargo, tiene que luchar cada día con otras barreras sociales y arquitectónicas que, como trampas, aparecen a cada momento en su camino.

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