El bullicioso mercado Roberto Huembes, en el corazón de la capital nicaragüense, suele ser muy madrugador, como la mayoría de las plazas latinoamericanas. Este jueves, sin embargo, aún permanecía en silencio pasadas las 10.00 hora local (16.00 GMT) y con la mayoría de sus 4.000 puestos cerrados.
Norma Flores, una anciana que regenta desde hace más de 40 años un pequeño comercio en el que vende desde escobas para barrer hasta velas y piñatas, explica a Efe que muchos comerciantes han cerrado por convicción, pero que muchos otros lo han hecho por resignación y por miedo a los pillajes.
“Yo ya me voy para casa porque no hay nada que hacer aquí. Pero voy a cubrir bien mis cosas para que no me las roben esos vándalos. Acuérdate de lo que pasó en el mercado de Masaya”, dice mientras tapa su mercancía con una lona.
Fernando Munguía, otro histórico del Roberto Huembes, también ha acudido a controlar su barbería. Aunque no está de acuerdo con la violencia y con la muerte de tantos “chavalos” (muchachos), considera que los pobres son siempre los que se llevan la peor parte en los conflictos.
“Si no trabajamos no comemos. Los que están en huelga tienen reales (dinero), nosotros solo tenemos deudas con los bancos y esos no nos esperan”, afirma visiblemente enfadado.
La Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, la plataforma que representa a los estudiantes, el sector privado, los campesinos y las organizaciones civiles, convocó el paro nacional, que comenzó a la medianoche con una “cacerolada” que se sintió en muchos barrios capitalinos.
El objetivo del paro era presionar al presidente Daniel Ortega para que detenga la violencia y acceda a negociar una salida pacífica a esta crisis, que ya es la más cruenta que vive el país centroamericano desde 1980 y en la que ya han muerto al menos 154 personas, de acuerdo a las asociaciones locales de derechos humanos.
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