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jueves, 28 de septiembre de 2017

Políticos venezolanos buscan refugio en el extranjero

David Smolansky, un exiliado exalcalde de Venezuela, dice que su país se está convirtiendo en un régimen totalitario.

La semana pasada, el político venezolano David Smolansky llegó a Nueva York tras un mes de estar escondido y de realizar un viaje clandestino de tres días por la selva; un exiliado más del régimen opresivo del presidente Nicolás Maduro.
“Tuve que pasar por 30 controles de seguridad en las calles para salir”, dice el Sr. Smolansky, relatando su épica fuga a través de la cuenca del Orinoco, por la jungla del sur de Venezuela y finalmente cruzando la frontera con Brasil. “Tuve que disfrazarme. Me corté el pelo, me afeité la barba y me puse una gorra”.
El Sr. Smolansky era el alcalde de El Hatillo, un próspero distrito de Caracas. Él tenía sólo 32 años de edad cuando fue elegido en 2013 como el alcalde más joven de Venezuela. Pero en agosto, la Corte Suprema dominada por el gobierno lo condenó a 15 meses en la cárcel en un proceso al que, según la organización Human Rights Watch con sede en Nueva York, “le faltaron las garantías y los derechos procesales apropiados”.
El presunto delito del Sr. Smolansky fue no permitir la libre circulación en su municipalidad. Ésta es una forma velada de decir que había permitido manifestaciones en contra del gobierno este año, una serie de confrontaciones durante cuatro meses a través del país que dejaron a más de 125 muertos y provocaron una codena internacional de los abusos del gobierno.
“Venezuela está pasando de ser un estado autoritario a ser un estado totalitario”, dice el Sr. Smolansky, conmocionado y desorientado en medio de los rascacielos de Nueva York. “No tengo ni idea de dónde me acabaré. El exilio no es fácil”.
El Sr. Smolansky no es el único. Como parte de la represión del Sr. Maduro, otros 11 alcaldes han sido retirados de sus cargos por cargos falsos. Cinco ya están en la cárcel, dice el Sr. Smolansky, mientras que los demás están huyendo o en el exilio.
Algunos magistrados también han procurado ocultarse. En julio, justo antes de que el parlamento controlado por la oposición fuera usurpado por una “asamblea constituyente”, el parlamento nombró a 33 jueces independientes a la Corte Suprema. El Sr. Maduro se comprometió a detenerlos “uno por uno”. En cuestión de días, la policía secreta había detenido al primero, Ángel Zerpa.
El resto se han escondido. Siete llegaron a Colombia el mes pasado y solicitaron asilo. Seis más están en la residencia del embajador chileno en Caracas. Los chilenos les han ofrecido asilo, pero el gobierno venezolano se niega a dejarlos salir del país.
Es el viejo cuento de las tradicionales dictaduras latinoamericanas. “Están utilizando la persecución judicial como un arma para acabar con la disidencia”, dice Luisa Ortega, la ex fiscal general. Esta funcionaria que alguna vez fue partidaria del Sr. Maduro, fue expulsada de su cargo cuando rompió con el presidente y ahora también se ha dado a la fuga.
Después de un comienzo lento, la comunidad internacional ha comenzado a responder. Grandes naciones latinoamericanas como Brasil y México, históricamente reacias a criticar a sus vecinos, han adoptado una postura dura y unida. EEUU ha sancionado a funcionarios sospechosos de abusos y ha dicho que está preparado para aumentar la presión. Europa ha dicho que seguirá su ejemplo a menos que Caracas se mueva para restablecer el orden constitucional subvertido de Venezuela.
Sin embargo, para la familia del Sr. Smolansky, el exilio frente a la persecución de un gobierno de izquierda es un tema deprimentemente familiar. Sus abuelos huyeron de la Unión Soviética en la década de 1920 y se establecieron en Cuba, sólo para dejar la isla medio siglo más tarde para escapar de Fidel Castro hacia la aparente seguridad de Venezuela, que en ese momento era un país rico y democrático.
Cuando Hugo Chávez asumió el poder en 1999 y comenzó a encaminar a Venezuela hacia un “socialismo revolucionario”, fue el padre del Sr. Smolansky quien entendió las señales de lo que le esperaba al país.
“Yo era sólo un adolescente, pero recuerdo sus palabras”, dice el Sr. Smolansky. “Mi padre dijo: ‘cuando alguien como ése toma el poder y simpatiza con Fidel Castro y el comunismo y tiene tendencias demagógicas, va a ser difícil deshacernos de él”’.
Y así ha sido. Aunque ha estado aislado, el gobierno de Maduro ha sobrevivido las protestas de este año, dejando a la oposición en una situación precaria. La economía está sumida en una recesión, pero la “asamblea constituyente” parece haberse establecido como un parlamento títere del gobierno.
En un intento por romper el impasse, la oposición y el gobierno supuestamente comenzarán una serie de conversaciones mediadas en la República Dominicana esta semana.
“Maduro está recibiendo un mensaje fuerte del mundo”, dijo el presidente panameño Juan Carlos Varela a periodistas en Nueva York la semana pasada. “Esta vez no puede usar las conversaciones solamente para ganar tiempo”.
Pero pocos venezolanos tienen mucha esperanza de que se logre un progreso significativo. La demanda de la oposición de elecciones presidenciales libres y justas, previstas para finales de 2018, parece incompatible con el gobierno dictatorial. El Sr. Maduro ha utilizado negociaciones anteriores para presentar una fachada de diálogo, pero no más. De hecho, el martes la coalición de la oposición dijo que no asistiría a la reunión por temor a participar en un espectáculo cuya única meta fuera desperdiciar el tiempo.

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